The expansion of the extractive frontiers affects the territories of local populations in Latin America.
The ages of colonialism in Latin America have left their mark on the region’s cultures, institutions, values and power structures. All over the continent, indigenous populations, Afro descendants, poor farmers, marginal urban citizens and other population groups bear the brunt of rigid social stratification.
In many countries in the region, poverty leads states to finance their budgets from the exploitation of natural resources. This ‘extractivism’ is destructive because it does not encourage the chaining of productive activities that generate added value, but rather plunges economies into severe dependency on the volatile international commodity markets.
The relentless processes of expansion of the extractive frontiers affect the territories of local, often indigenous, Afro-American and traditional populations. They are affected by the socio-environmental impact of these activities and that makes it more difficult for them to exercise their rights to health, a decent life, self-determination and cultural identity, while in general the earnings of the extractive industries have not contributed to a sustainable solution to meet their needs.
This drama of inequality and internal colonialism can be seen in countries rich in minerals and oil, like Bolivia, Peru, Ecuador and Venezuela. In some of these countries, new extractive projects are promoted by the state as a basis for their social policies to give money to the most deprived sectors of society. This implies important investments of public resources but not necessarily capacity building.
Extractivism goes hand in hand with the need to develop and integrate infrastructure for the transportation of extraction inputs, products and commodities for sale. The last decade has seen a rise in initiatives. Under pressure from international financial institutions, states have developed large infrastructure projects in socially and environmentally fragile territories to allow the expansion of extractivism. The Plan Puebla Panamá and the Initiative for the Integration of the Regional Infrastructure of South America (IIRSA) are examples of regional policies that have pushed for the realization of projects with high environmental and social risks in fragile ecosystems.
Compliance with environmental and social safeguards in favour of affected populations has been weak. Non-compliance with the right to consultation and to free, prior and informed consent of the affected communities has lead to socio-environmental conflicts in countries like Guatemala, Costa Rica, Ecuador, Peru, Bolivia and Brazil.
On the other hand, Latin America is a region in which organized social movements have made sustainable contributions to broad and deep legal protection, thanks to their capacity to mobilize and put forward new ideas. The region has been the scene of social protest movements with different identities, from the rebellion in Chiapas in Mexico to the Mapuche resistance and student protests in Chile. As a result, at diverse moments in history, advanced social proposals have been generated that have been at the international forefront. Examples are the social constitutionalism in Mexico at the start of the twentieth century, the exercise of constitutional justice in Colombia and the new Latin American constitutionalism whose most advanced expressions are the constitutions of the plurinational states of Ecuador and Bolivia. These countries have incorporated the recognition of good living, sumak kawsay in quechua and suma qamaña in aymara, as a paradigm of well-being.
In recent years, Latin America has experienced complex and difficult situations in which the desire of states to extend the frontiers of natural resource extraction and the development of mega infrastructure projects have brought forward public policies that affect human rights. From the perspective of the states’ financial needs and their provision of public works and services, these infrastructure projects are important, but they also affect the rights of the populations, which have often seen a pronounced worsening of their capacity to exercise their rights to a decent life, a healthy environment and self-determination. Often, the projects bring with them situations of direct violence that worsen the social peace in the influence zones.
The development of large-scale mining projects have generated claims of human rights violations by the local communities. This was the case with mining projects in Pascua Lama in Chile, the Marlin mine in Guatemala, the Cordillera del Cóndor in Ecuador, and with hydrocarbon projects like the one that was tried to develop in U’ wa territory in Colombia, in Sarayaku territory in Ecuador, in Achuar territory in Peru, and with large infrastructure projects like the Belo Monte Dam in Brazil and the TIPNIS road in Bolivia. Some of these cases have been resolved by international human rights justice systems, generating important records that broaden and deepen the legal protection of collective indigenous rights.
This problem calls for the construction of a renewed agenda for the defence of the territories and rights of the indigenous people in the region. These agendas will strengthen the demand for more space for participation in defining the public policies and unrestricted respect to self-determination of these peoples.
Original Spanish version of this blog post:
El destructivismo de la extracción
América Latina es heredera de siglos de coloniaje, que dejaron marca en sus culturas, instituciones, valores y estructuras de ejercicio del poder. Rígidas estratificaciones sociales en las que poblaciones originarias, afrodescendientes, campesinos pobres, habitantes urbano marginales y otros sectores populares han llevado la peor parte, se observan a lo largo y ancho de la región.
La pobreza lleva, en numerosos países de la región, a que los estados busquen financiar sus presupuestos, fundamentalmente, a través de la renta de la explotación de recursos naturales. A este modelo que basa las posibilidades de crecimiento de una economía en la explotación de recursos naturales, se lo ha denominado ‘extractivismo’ y ha sido señalado como un modelo ruinoso en la medida en que no estimula el encadenamiento de actividades productivas que generen valor agregado, sino que sume a las economías que lo padecen, en una grave dependencia hacia los volátiles mercados internacionales de materias primas.
Los incesantes procesos de ampliación de las fronteras extractivas afectan los territorios de poblaciones locales, muchas veces indígenas, afroamericanas y tradicionales, los cuales se ven afectados por los impactos socioambientales que esas actividades provocan y que deterioran el ejercicio de sus derechos a la su salud, vida digna, libre determinación, identidad cultural, sin que, en general, se haya observado que las ganancias de las industrias hayan permitido suplir sustancialmente sus necesidades.
Este drama de inequidad y colonialismo interno se ha observado en países mineros y petroleros como Bolivia, Perú, Ecuador y Venezuela. En varios de estos países los nuevos proyectos extractivos son promovidos por los estados como la base de sus políticas sociales basadas en transferencia de efectivo a los sectores más deprimidos de la sociedad (bonos) que implican inversiones importantes de recursos públicos aunque no necesariamente el fortalecimiento de capacidades.
El extractivismo viene de la mano de la necesidad de desarrollar e integrar infraestructuras de transporte de insumos para la extracción, de sus productos y de mercancías para el mercado. La última década ha visto el auge de iniciativas, empujadas desde las instituciones financieras internacionales para que los estados desarrollen megaproyectos de infraestructura en territorios social y ambientalmente frágiles que permitan la profundización del extractivismo. El Plan Puebla Panamá y la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA) han sido políticas regionales que han empujado la realización de proyectos de alto riesgo ambiental y social en ecosistemas frágiles.
El cumplimiento de salvaguardas ambientales y sociales a favor de las poblaciones afectadas ha sido débil. Los conflictos socioambientales por falta de cumplimiento del derecho a la consulta y al consentimiento libre, previo e informado de las comunidades afectadas, se han multiplicado en países como Guatemala, Costa Rica, Ecuador, Perú, Bolivia y Brasil.
Por otro lado, América Latina es una región en donde los movimientos sociales organizados han hecho aportes sustanciales para la más amplia y profunda protección de los derechos, gracias a su capacidad de movilización y propuesta. Desde la rebelión de Chiapas en México hasta la resistencia mapuche y las protestas estudiantiles en Chile, la región ha sido escenario de movimientos sociales reivindicativos de diferentes signos identitarios. Como resultado, en diversos momentos de la historia se han generado propuestas sociales de avanzadas que han estado a la vanguardia mundial. Para mencionar algunos ejemplos, el constitucionalismo social del México de inicios del siglo XX, el ejercicio de la justicia constitucional en Colombia y el nuevo constitucionalismo latinoamericano cuyas expresiones más avanzadas son las constituciones que rigen los estados plurinacionales de Ecuador y Bolivia que han incorporado el reconocimiento del buen vivir, sumak kawsay en quechua y suma qamaña en aymara, como paradigma de bienestar.
En los últimos años, Latinoamérica ha vivido complejas y difíciles situaciones en las cuales los derechos humanos han sido impactados por políticas públicas impulsadas por los estados para la ampliación de las fronteras extractivas de recursos naturales y el desarrollo de megaproyectos de infraestructura. Estos proyectos, importantes desde la perspectiva de la necesidad de los estados de financiar sus presupuestos y garantizar así la prestación de obras y servicios públicos, han provocado y siguen provocando impactos en los derechos de las poblaciones afectadas, que han visto muchas veces, un marcado deterioro en sus condiciones para el ejercicio de su derecho a una vida digna, a un medioambiente sano y la libre determinación. Muchas veces, los proyectos traen aparejadas situaciones de violencia directa que deterioran las condiciones de paz social en las zonas de influencia.
El desarrollo de proyectos mineros a gran escala como en Pascua Lama en Chile, la mina Marlin en Guatemala, la Cordillera del Cóndor en Ecuador, proyectos hidrocarburíferos como el que se pretendió desarrollar en territorio U’ wa de Colombia, en territorio Sarayaku de Ecuador, en territorio Achuar de Perú, megaproyectos de infraestructura como la represa Belo Monte [Belo Monte Dam] en Brasil y la carretera del TIPNIS en Bolivia, han generado reclamos por violaciones a derechos humanos de las comunidades locales. Algunos de estos casos han sido conocidos y resueltos por los sistemas de justicia internacional en materia de derechos humanos, obteniéndose importantes precedentes que amplían y profundizan la protección jurídica de los derechos colectivos indígenas.
Esta problemática reclama la construcción de una renovada agenda de defensa de los territorios y derechos de los pueblos indígenas de la región. Estas agendas pasan por fortalecer la demanda por mayores espacios de participación en la definición de políticas públicas y el respeto irrestricto a la libre determinación de los pueblos.
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El 4 de diciembre de 2013, el gobierno ecuatoriano cerró Fundación Pachamama, acusándolo de un intento de agresión a diplomáticos durante una protesta contra la explotación petrolera. En una declaración, Maria Belén Páez, presidente de la Fundación Pachamama, escribe que ‘[e]ste cierre es un acto arbitrario que busca suprimir nuestro legítimo derecho a disentir de la decisión del Gobierno Nacional para conceder las áreas de las naciones indígenas de la Amazonía a las compañías petroleras, sin respetar sus derechos constitucionales’ (…) ‘Nosotros no apoyamos ni participamos en ningún acto violento.’